La Arganzuela

Unas tierras por un cántaro de agua

Sancha era hija de un alfarero que llegó a Madrid desde Daganzo de Arriba, una localidad cercana a Torrejón de Ardoz, a finales del siglo XV, y que se estableció junto con su humilde familia en una alquería próxima a la orilla del río Manzanares. Por el nombre de su pueblo natal llamaban a su padre “Tío Daganzo” y a su hija “la Daganzuela”, vocablo que derivó en Arganzuela.

El padre, cuya mujer murió al dar a luz a Sanchica, era ayudado por sus hijos para fabricar pucheros, pero Sancha, por su débil constitución, se ocupaba sólo de suministrar agua, ya que los cacharros en sus manos acababan rotos a menudo, teniendo que padecer entonces las burlas de los vecinos y el mal humor de su padre.

Uno día, allá por el año 1492, pasó la reina Isabel la Católica cerca de su alquería y sintió sed. Sancha fue a por su mejor cántaro, lo llenó y se lo ofreció, y la reina se compadeció al ver que una lágrima caía por sus mejillas debido al esfuerzo, por lo que instó a un lacayo a llenar de nuevo el cántaro y verter el agua por la calle, repetidas veces, y ordenó que todo el terreno regado fuese entregado como dote a la muchacha.

El padre y los hermanos de la Arganzuela fallecieron a causa de la peste y sólo ella se salvó. Se casó y tuvo tres hijos, pero murieron. Al enviudar, vendió sus tierras e ingresó en la Orden Tercera de San Francisco, que ayudaba a los pobres, y construyó una capilla y una fuente donde estaba la antigua Puerta de Toledo.

Cuando murió, fue enterrada en el convento de San Francisco reconocida como bienhechora de la ciudad, y desde entonces sus tierras se bautizaron como «de la Daganzuela», término que degeneró, probablemente, en «La Arganzuela».